jueves, 10 de febrero de 2011

MIENTRAS NOS SIGAMOS VIENDO EN EL TREN

   Mientras nos sigamos viendo en el tren, es que vamos bien. Con estas palabras se despedía.  Cada día, a la misma hora, nos vemos en el andén, después subimos al mismo vagón y nos acompañamos en el camino de vuelta, nos contamos cómo nos ha ido y cómo nos hemos organizado lo que queda de tarde. Desfogamos, nos reimos. Ultimamente la encuentro seria, me habla de lo mal que andan las cosas en su oficina y aunque no lo diga, sé que teme quedarse parada.  Ella llega antes a su destino, yo continúo un rato más, pensando en si mañana ella estará.  Conozco a casi todos los inquilinos del vagón, alguno hace tiempo que no aparece, me temo que ha perdido su trabajo.
 Hace diez años, empecé a trabajar en Madrid, las distancias me parecían eternas, perder a diario hora y media para ir de casa a la oficina y volver, un interminable castigo.
  Al poco tiempo, comencé a utilizar el tren de cercanías, treinta y cinco minutos de ida y otros tantos de vuelta. Ahí empezó mi aventura.
 A lo largo de todos estos años, el tren se ha convertido en una maravillosa rutina que he aprendido a exprimir al máximo.
   Para llegar al centro de Madrid, que es donde trabajo, puedo elegir entre dos caminos.
El  tren  de la vía  uno, serpentea las infinitas tonalidades verdes de la Casa de Campo, esquiva  a su paso, incontables pinos, plátanos de sombra, robles, ciclistas evadidos, merenderos listos para las tortillas del fin de semana.
El  tren de la vía dos, atraviesa el  Monte de El Pardo, peregrina  entre alcornoques,enebros, ciervos, perdices y conejos, sólo me queda descubrir al  doncel de Don Enrique el Doliente, cabalgando por la maraña de jaras. Mientras, en la lejanía, amanece la ciudad protegida por cuatro torres que se pierden en el espacio.
   Más allá de los cristales, el tren dibuja paisajes, cielos estrellados, azules, grises o rosados, soles tímidos o espléndidos, lunas trasnochadas, casas grandes con piscinas  y pequeñas con ventanas de ropa colgada, montañas peladas o embadurnadas de espuma blanca.
   Cuando hace mal tiempo o aún es de noche, despliego toda mi atención en los inquilinos  de mi vagón. Casi todos están en su mundo, con Morfeo, en un libro o en un periódico,  de manera discreta miro e invento sus vidas, desmenuzo cada detalle. He hecho mi propia galería de retratos de las personas con las que comparto trayecto cada día, no pinto, describo, letra a letra. No sé sus nombres pero, yo los he bautizado a mi manera. El hombre sudoku, la mujer de boca chica y triste, el profesor de la chistera, la recauchutada, la  eterna secretaria, la alegre, la perfecta, el perfecto hijo, el engominado infiel, las dos criticonas, Mar la equilibrada, los críos del porro...y muchos más. Mi galería de retratos está lista para ser publicada, tiempo al tiempo. Sólo espero poder seguir viéndolos a todos.
  Me gusta madrugar, y perseguir mi rutina porque he aprendido que  me dá paz. Acumulo tiempo para escribir, leer o  hacer mil cosas más.
  Cuando llego a mi destino, otro hito, otro hábito, camino hacia la salida de la estación  en busca de la música del acordeón, allí está mi amigo el músico. Con sus Ave Marias, Love in the Air, Solesmíos, me dá el último empujón para salir al asfalto y recorrer el Paseo de Recoletos   tarareando.
  De regreso a casa, ya cansada, simplemente me dejo llevar, el tren me mece, el tren se viste de improvisada cuna, cierro los ojos y me pierdo en la ilusión de una falsa siesta.
 Hoy también me he encontrado con mi amiga, es buena señal.



1 comentario:

  1. ME ha encantado, he imaginado perfectamente tu trayecto de cada mañana y como alguna vez cuando he ido a verte lo he hecho...me ha encantado.
    Sería curioso conocer la vida real de esas personas y más de uno sería completamente diferente a la imagen que tú te has hecho de ellos.......
    Besitos

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