viernes, 15 de abril de 2011

DON BEMOLES Y SU PALACIO

  Todos los días paso por el Palacio de Correos, actual  sede del Ayuntamiento de Madrid. Es un edificio colosal y reconozco que tras años de obras ha quedado más que impresionante pero, me duele mirarlo tan grande, tan cuidado, de tanto mimo me recuerda al niño malcriado y vanidoso.
  Este último invierno, las obras llegaban a su fin y mientras decenas de operarios sacaban brillo a la hermosa construcción, un puñado de mendigos olvidados dormían en un pasadizo bajo tierra a pocos metros.
   En mi recorrido diario de unos minutos bajo tierra, pasaba por las improvisadas habitaciones de cartón construidas por los habitantes nocturnos del pasaje de Recoletos, para encontrarme al final del tunel  con el pulcro y paliducho edificio. Día tras día el impacto me ha provocado una punzada por la ostentación, por no entender cómo en los tiempos que corren, se puede justificar un gasto de tal magnitud, porque  de esta manera se ofende  a las personas.
  Una mañana vi en el pasadizo a Juan Manuel de la Prada, camino de su trabajo, a los pocos días publicó un artículo en el suplemento dominical de ABC escribiendo sobre esta contradicción sin sentido a la que yo me refiero también ahora. Me alegré al leerlo porque estaba dando voz a lo que muchos pensamos.
  Ahora, nuestro Alcalde quiere sacar a los mendigos de la calle por ley, como diría otro, por bemoles.  En adelante, para referirme al Alcalde diré Don Bemoles.
  Y me pregunto si no será más una cuestión de estética que de ética, que puestos a embellecer queda más bonito su edificio si los alrededores están limpitos y claro eso no rima con  los mendigos  que en general, están sucios y huelen mal, eso pensará o se imaginará porque no creo que haya estado cerca de ninguno. Porque de lo contrario en su escala de valores irían primero las personas y después de las cosas.
   Entiendo que si los desterraran al extrarradio el problema estético quería resuelto pero claro, tendría que jugársela con esa mandona cajita transparente llamada urna, a la que todo político le debe la vida. 
   Total, que no le queda otra que la de los bemoles y  lo  justifica con estas curiosas palabras "el debate de si debe primar su derecho individual o la obligación del Estado de evitar esa degradación, pero creo que tenemos que hacer todo lo que esté en nuestra mano para que duerman en un centro y tengan acceso a techo, alimentación e higiene, así como derivación a asistencia sanitaria".
   Me pregunto si los va a obligar, como si niños de cuatro años fueran, a comerse todo todo lo que le pongan en el plato, si los obligará a ducharse antes de irse a dormir con la familia telerín, ¿Cómo se ayuda, dando la caña o una cestita de peces?
    Don Bemoles, está jugando con la libertad de personas, ejerciendo de Alcalde paternalista. Los que están en la calle no están por gusto, no les queda otra, y si han llegado a esa situación es por estar desprotegidos y si eso ha pasado es porque las medidas sociales han fallado, porque todos hemos fallado.
    Don Bemoles no soluciona el problema, lo anula, se lo quita de en medio, porque me dá que lo que le importa es esconder la pobreza, el desamparo y presumir de un Madrid limpio en todos los sentidos.
    Lo siento, por el edificio, pero no puedo mirarlo convertido en despilfarro, en el capricho de  Don Bemoles porque ofende a todos los que agonizan en esta crisis económica. En este caso lo pulcro y bello no me deslumbra, y si lo hacen los  arapientos que aguantan a pocos metros  y sobrevieven en los infiernos. Ellos se convierten en destinatarios de todo mi respeto y solidaridad.